El viento del este
Coincidiendo con esas fechas, ella siempre se rompía la cabeza. Mientras decidía si debía sacudir o no las mantas en el balcón, pensaba en un regalo para él, que cumplía años. Esperando de pie, el viento del este le soplaba a quemarropa que le diera lo más preciado; el del oeste, un mero detalle para mantener la llama encendida.
Y entonces ella, en un ataque desesperado de deseo por recuperar lo perdido, decidió regalarle su más valuoso tesoro, el alma. Y así fue su adiós: se marchó, volando, en silencio, en un fugaz segundo, hasta su nuevo propietario.
A partir de ese instante ella ya no tuvo que decidir nunca más sobre los entresijos que la atormentaban. Él fue quien decidió si era adecuado sacudir o no las mantas.
Y entonces ella, en un ataque desesperado de deseo por recuperar lo perdido, decidió regalarle su más valuoso tesoro, el alma. Y así fue su adiós: se marchó, volando, en silencio, en un fugaz segundo, hasta su nuevo propietario.
A partir de ese instante ella ya no tuvo que decidir nunca más sobre los entresijos que la atormentaban. Él fue quien decidió si era adecuado sacudir o no las mantas.
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